viernes, 8 de octubre de 2010

Penélope esperando a Ulises

concurso Paradela





Esta es la versión en galego a continuación está la versión en castellano


Todas as tardes Penelope senta naquel vello sofá, herdado da súa nai, está cansa, sempre está cansa. A súa xornada comeza antes de romper o día. O primeiro que fai polas mañás, despois de tomar un café, para espertar, é muxir ás vacas, para que cando os rapaces se levanten, xa estea o leite fervido e poidan almorzar.


Despois de mandalos á escola quédanlle un montón de angueiras que facer, ten que atender os animais, a uns darlle de comer na corte aos outros levalos ao prado, ás galiñas botalas para o curral; baixar á horta para arrancar algunha mala herba, volver para recoller a casa e facer a comida. Esa é a súa vida, día tras día, ano tras ano, os luns o mesmo que os domingos, só ten para ela aqueles intres polas tardes, mentres non saen da escola.


Dende o sofá, alonga o brazo e acende a radio, está a punto de comezar a novela. Mentres tece xerseis para os fillos, destece na súa mente, pouco a pouco, os recordos e os soños pasados e futuros.


A súa vida seméllase a esas novela da radio; xa ía para cinco anos que Ulises marchara para México, ao principio escribía e mandaba cartos, pero as cartas pasaron a tardar cada vez máis e os cartos que chegaban eran cada vez menos, agora xa case non había cartas, nin cartos, pero ela sabía que algún día el volvería. Coñecía, porque llo contarán, o motivo daquel cambio, había outra muller, unha Circe, pero ela seguía a esperar, porque tarde ou cedo el tiña que volver, ela era o seu porto de destino; mentres ese día non chegase seguía a tecer e destecer, loitando para que aos fillos non lles faltase nada.


Pola noite, despois de deitar aos nenos, antes de volver ao sofá, ela comproba que as portas e fiestras están ben pechadas, aínda recorda cando o Baldomero lle deu aquel susto, había daquilo case un ano, lembra como a sorprendeu alí sentada ao carón do lume, zurcindo uns calcetíns. Estaba a escoitar a radio e non o oíu chegar, el entrou coma se tivese toleado, coa petrina aberta, co pene na man, apuntando cara ela, e non o pensou dúas veces, colleu a agulla e cravoulla na punta; os seus beizos debuxan un sorriso, ao lembrar o berro que meteu e como fuxiu manchando todo de sangue, porque sangue, miña madriña! aquilo parecía coma se lle sacasen a billa á cuba do viño, pero fora bo, non volveu a molestala.


É tarde, ten que descansar, mañá será outro día, pero amárgalle meterse naquela cama fría, xélida dende hai moito tempo, deixaría a radio acesa, escoitándoa chegará o sono a liberala por unhas horas.

-> Versión en castelán


Todas las tardes Penelope se sienta en aquel viejo sofá, heredado de su madre, está cansada, siempre está cansada. Su jornada comienza antes de nacer el día. Lo primero que hace por las mañanas, después de tomar un café, para despertase, es ordeñar las vacas, para que cuando los niños se levanten, ya esté la leche hervida y puedan desayunar.
Después de mandarlos a la escuela le quedan un montón de faenas que hacer, tiene que atender los animales, a unos darles de comer en la cuadra, a otros llevarlos al prado, a las gallinas echarlas para el corral; bajar a la huerta para arrancar alguna mala hierba, volver para recoger la casa y hacer la comida. Esa es su vida, día tras día, año tras año, los lunes lo mismo que los domingos; sólo tiene para ella aquellos ratos por las tardes, mientras no salen de la escuela.

Desde el sofá, estira el brazo y enciende la radio, está a punto de comenzar la novela; mientras teje jerseys para los hijos, desteje en su mente, poco a poco, los recuerdos y los sueños pasados y futuros.
Su vida se parece a esas novelas de la radio, ya casi hace cinco años que Ulises había marchado para México, al principio escribía y mandaba dinero, pero las cartas pasaron a retrasarse cada vez más y el dinero que llegaba eran cada vez menos, ahora ya casi no llegaban cartas, ni dinero, pero ella sabía que algún día él volvería. Conocía, porque se lo habían contado, el motivo de aquel cambio, había otra mujer, una Circe, pero ella seguía esperando, porque tarde o temprano él tenía que volver, ella era su puerto de destino, mientras ese día no llegase seguía tejiendo y destejiendo, luchando para que a los hijos no les faltara nada.

Por la noche, después de acostar a los niños, antes de volver al sofá, ella comprueba que las puertas y ventanas están bien cerradas, aun recuerda cuando Baldomero le dio aquel susto, hacía de aquello casi un año, cuando la sorprendió allí sentada, delante del fuego, zurciendo unos calcetines. Estaba escuchando la radio y no lo oyó llegar, él entró como si hubiera enloquecido, con la bragueta abierta, con el pene en la mano, apuntando hacia ella, y no lo pensó dos veces, cogió la aguja y se la clavó en la punta; sus labios dibujan una sonrisa, al recordar el grito que soltó y como huyó manchando todo de sangre, porque sangre, ¡mi madriña! aquello parecía como si le sacaran la llave a la cuba del vino, pero le había servido de escarmiento, no volvió a molestarla.


Es tarde, tiene que descansar, mañana será otro día, pero le da pereza meterse en aquella cama fría, gélida desde hace mucho tiempo; dejaría la radio encendida, escuchándola llegará el sueño, para liberarla por unas horas.